15 de septiembre de 2012

Heroes en Bicicleta..

Gino Bartali, el toscano fortachón de Acción Católica cuyos triunfos usaba Benito Mussolini, veía cómo 150.000 personas vivaban en la llegada a Vichy a su compatriota Fausto Coppi, piamontés agnóstico, frágil y admirado por la izquierda. El Tour de Francia celebra mañana 60 años de la edición de 1952, que vio competir juntos por última vez a dos ídolos cuya rivalidad marcó la historia del ciclismo mundial y dividió a la Italia de la posguerra. Horas antes del inicio del Tour, Coppi había exigido al técnico Alfredo Binda que excluyera a Bartali del equipo italiano si Gino no aceptaba el rol de gregario. Italia casi es excluída de la prueba, hasta que Bartali, el viejo ídolo de 37 años, aceptó el liderado de Coppi, de 32. Ese Tour dejó una foto histórica: Coppi delante de Bartali, en durísima subida al Galibier, y las manos de ambos pasándose una botella de agua. Nunca hubo aclaración oficial de los propios protagonistas, aunque se cree que fue Bartali quien cedió su botella. Fue un gesto solidario en medio de la batalla. El agua compartida entre el campeón que moriría ocho años después de malaria y el católico que, según se descubrió casi medio siglo más tarde, salvó con su bicicleta la vida de cientos de judíos en plena Guerra Mundial.

Coppi, recuperado del dolor que había sufrido en 1951 por la muerte de Serse, su hermano ciclista, subió como poseído al Galibier, 2.645 metros. Ganó esa etapa y el Tour. Recorrió 4.800 kilómetros en 25 días y sacó casi media hora al segundo. Igual que en 1949, fue campeón del Giro de Italia y del Tour en un mismo año. Su preparación casi científica suscitó sospechas. Bartali mandó a otros ciclistas a que sacaran todas las pastillas que veían en su habitación y él mismo recogió frascos que Coppi tiraba en plena prueba. Sus médicos nunca encontraron nada extraño. Pero Bartali contó una vez que esa obsesión le permitió conocer las reacciones físicas del rival. Si a Coppi se le hinchaba la vena en el hueco trasero de la rodilla derecha era señal de fatiga y de que podía atacarlo. Al año siguiente, 1953, Coppi ganó su quinto Giro de Italia. Ya declarado agnóstico, toda una conmoción en la católica Italia, Coppi sorprendió cuando bajó de un podio y regaló las flores a Giulia Occhini. La "Dama Blanca", como la llamó la prensa, era esposa de Enrico Locatelli, un médico-admirador que fue con su mujer a visitar a Coppi al hospital tras una dura caída sufrida en el Giro de 1950. A Coppi, que ya estaba casado y tenía una hija, le retiraron el pasaporte. Giulia, denunciada por su esposo, pasó tres días en cárcel por adúltera. La pareja se casó en México y tuvo un hijo, Faustino, nacido en Buenos Aires. En aquella convalescencia en un hopital de Trento, Coppi también fue visitado por Bartali. Gino enfureció días después al advertir que Coppi, lejos de conmoverse, ordenó a sus gregarios a que ayudaran al suizo Hugo Koblet para que Bartali no pudiera quedarse con el Giro. "El oro suizo valió más que el amor a la patria. Es la primera vez que venden el Giro a un extranjero", se quejó Gino.

Bartali ya sabía lo que era "correr por la patria". Mussolini no le permitió inscribirse en el Giro de 1938 porque quería que ganara el Tour. Se convirtió en el segundo italiano campeón en Francia, después de Ottavio Bottecchia, y el fascismo celebró su triunfo. Equivocadamente, eso llevó a que muchas crónicas lo vincularan con Mussolini. Pero Gino, a diferencia de muchísimos otros, jamás celebró con el saludo romano, vistió camisas negras ni dedicó sus triunfos al Duce. Es más, en 1943 pasó 45 días preso sospechado de "actividades antisubversivas". Bartali sí decidió correr por la patria cuando volvió a ganar una década después, en 1948, el segundo Tour de la posguerra. Al promediar la carrera estaba a más de 21 minutos del francés Louison Bobbet y, a sus 34 años, ya no tenía chances de triunfo. "Esto es un caos. Si ganas al menos la próxima etapa podría cambiar algo". El mensaje, que cada biógrafo reescribe a su modo, le llegó de su viejo compañero de la Acción Católica, el primer ministro Alcide De Gasperi. El líder comunista Palmiro Togliatti había sido baleado en Roma por un joven derechista siciliano, estallaban protestas en distintas ciudades, se convocaba a una huelga general y se temía una guerra civil. Al día siguiente, Bartali atacó como nunca para subir primero a los 2.300 metros del Col d'Izoard y redujo a un minuto la ventaja de Bobbet. Mantuvo un ritmo infernal y ganó el Tour, único bicampeón con diez años de diferencia. La hazaña conmovió a los italianos. Hasta L'Unitá, el diario del Partido Comunista Italiano (PCI), dio gran espacio al triunfo en sus cuatro páginas precarias. La leyenda cuenta que el propio Togliatti, una vez restablecido, preguntó cómo iba Bartali en el Tour.

Sólo dos años después, Bartali comenzó a sufrir la llegada del nuevo rey. En el Giro de 1940, Bartali se retrasó por una lesión y la prueba fue ganada por su gregario en el equipo Legnano, un joven de 20 años descubierto por un masajista ciego cuyas manos veían más que cualquier ojo. Coppi, el hombre que elevó a unos 40 kilómetros la velocidad media del ciclismo, casi abandona el Giro por calambres. El propio Bartali, su líder, lo insultó para que ganara, como también lo hizo cuando lo abofeteó para que no renunciara en pleno Tour del '49. "Acquaiolo", le dijo. Uno de esos que le pone agua al vino. Nacía la batalla del fortachón amante de la pasta y el vino contra el frágil que se fracturó trece veces y se distanciaba del mito. El católico devoto carmelita contra el agnóstico. El demócrata cristiano contra el comunista (aunque Coppi era demócrata cristiano también él). Verdi y Garibaldi. Rómulo y Remo. Sangre en las venas de Gino -como escribió Curzio Malaparte-, nafta en las de Fausto. Uno solar, el otro atormentado. Uno fiel a la Legnano y el otro pasado a la más poderosa Bianchi. Ambos, además, con un hermano muerto en las pistas. Entre los dos, de 1940 al '54, ganaron 8 Giros de Italia y 4 Tours, con 124 triunfos para Bartali y 122 para Coppi. Tras el horror de la guerra, el Giro del '49 marcó el definitivo cambio de época. "Héctor asesinado por Aquiles", escribió Dino Buzzati en el Corriere della Sera. "Una fuerza sobrehumana contra el poder maléfico de los años". "Un uomo solo e al comando; la sua maglia e bianco-celeste; il suo nome e Fausto Coppi", sentenció la solitaria llegada a la meta Mario Ferreti por la RAI.

Coppi murió once años después, el 4 de enero de 1960. Tenía apenas 40. Regresó de correr y cazar en Burkina Faso y los médicos confundieron la malaria con una fiebre común. Había estado en Africa durante la guerra. Enviado al frente tunecino, cayó preso de las tropas inglesas en 1943 y fue liberado en 1945. Bartali vivió hasta los 85 años. Murió el 5 de mayo de 2000. Recién tres años después de su muerte se supo lo que hizo durante la guerra, cuando todos creían que sólo buscaba mantenerse en forma mientras corría día y noche por carreteras de la Toscana y Umbría. Mito deportivo, los soldados saludaban su paso, sin necesidad de inspeccionarlo. Debajo del asiento de su bicicleta llevaba documentos falsos fabricados que recogía en Asís o dinero enviado desde Ginebra a Génova para llevarlo a los judíos italianos escondidos en monasterios de Florencia. Bartali salvó las vidas de unos ochocientos judíos. Lo dijeron los hijos de Giorgio Nissim al encontrar en 2003 un viejo diario de su padre con los detalles sobre cómo funcionaba la red. En 2006, el entonces presidente Carlo Azeglio Ciampi entregó a Adriana, esposa de Bartali, una medalla de oro al valor civil. Hace diez meses, Bartali recibió nuevos homenajes en Jerusalén y en Padova, en jardines que recuerdan al Holocausto.

29 de mayo de 2012

El Atleta..

Alarmados por el detector de metales, los agentes de seguridad de Schiphol, el aeropuerto de Amsterdam, frenaron en 2006 a Oscar Pistorius. Encontraron sustancias de explosivos en sus piernas. Sus padres decidieron amputárselas por debajo de las rodillas cuando tenía 11 meses porque Oscar había nacido sin peronés. Los guardias, entonces, le dijeron que querían revisar sus prótesis. Lo esposaron y lo metieron dentro de una celda. Todo comenzó a solucionarse cuando Pistorius recordó que horas antes había estado disparando al blanco con un amigo. Los guardias lo habían confundido con un terrorista. Aún hoy se confunden muchos. Les cuesta definir a Oscar Pistorius como lo que eligió ser: un atleta.


Hay una escena formidable en la Web. Sucedió el 19 de julio pasado en la pista de Lignano, Italia, en un torneo llamado Sport Solidaridad. La carrera, en rigor, fue igual que otras desde que Pistorius fue autorizado a competir con atletas convencionales. Último en los primeros 150 metros. Arrollador en los 100 finales. El tiempo de 45s07 para los 400m lo convirtió en el primer atleta sin piernas clasificado para un Mundial. Al zimbabuense Talkmore Nyongani, uno de los mejores velocistas africanos, no le importó su derrota. Comparte la emoción del público por el triunfo de Pistorius. Un bellísimo gesto deportivo. Abre sus brazos enormes para abrazar al sudafricano. Es tan efusivo que lo tira al piso. Las cuchillas en forma de J que ayudaron a Pistorius a ganar desnudan cierta fragilidad para mantenerlo de pie. Pesan algo más de 2 kilos y cuestan unos 35.000 dólares. La fábrica islandesa Ossur les puso el nombre de Cheetah (guepardo). El animal terrestre más rápido del planeta corre a unos 110 kilómetros por hora, casi tres veces más veloz que Usain Bolt. A diferencia del león, que desperdicia energías, el guepardo se lanza como un muelle. "Es evidente que las prótesis le han dado una ventaja a Pistorius", dice el comentarista de la TV italiana. No todos los rivales son como Nyongani. Algunos dicen que las prótesis deberían llamarse "Cheater" (Tramposo). Sí, ironizó Carlos Arribas hace unos días en El País, es mejor tener fibra de carbono en las piernas en lugar de carne y huesos. Tornillos en lugar de tobillos.

Pistorius representa un símbolo del deporte como ejemplo de superación y de esfuerzo. Pero también el debate sobre si las piernas humanas compiten en igualdad de condiciones contra las cuchillas de fibra de carbono. "Ambas partes tienen razón", me dice Martín Scharples, quien ha llegado a cruzar la meta en alguna carrera con la prótesis en la mano, destrozada. "Si miramos el reglamento, Pistorius no debería correr porque tiene elementos que impulsan. Pero es un atleta extraordinario y compite con convencionales porque quiere demostrar la integración." Coincide Carlos "Beto" Rodríguez, nueve veces campeón de la San Silvestre en su silla de ruedas: "Es supervalorable que Oscar le muestre al mundo convencional lo que puede hacer un deportista paralímpico, pero es cierto que cuando a los 200 metros los demás sienten fatiga muscular Oscar hace prevalecer el elemento mecánico". Así lo estableció, en rigor, la propia Federación Internacional de Atletismo (IAAF). El médico alemán Gert-Peter Bruggermann lo comparó con seis corredores convencionales, usó cámaras de infrarrojos y de video de alta velocidad y plataformas de fuerza. Analizó el almacenamiento y retorno de la energía elástica, cambios de longitud y frecuencia de zancadas, consumo de oxígeno y producción de ácido láctico. Las prótesis -concluyó Bruggermann- le dan a Pistorius una ventaja de un 25 por ciento. Su discapacidad, más aún, le permite correr con ventaja también en Paralímpicos ante rivales que tienen una sola pierna amputada. La IAAF le prohibió correr contra atletas convencionales. "Página infame para el deporte, la ética y la humanidad", editorializó al día siguiente Candido Cannavó, director de La Gazzetta dello Sport.

La determinación y los logros de Pistorius, me dice desde Estados Unidos César Torres, filósofo del deporte, nos obligan a reflexionar sobre algunas cuestiones fundamentales del deporte que se dan frecuentemente por supuestas. "Las nociones de discapacidad, normalidad y justicia." Y llevan al deporte de elite, naturalmente discriminatorio, a pensar en "escenarios deportivos más inclusivos, igualitarios y técnicamente sobresalientes". Pistorius, se sabe, fue finalmente autorizado a correr en el Mundial que se celebra estos días en Daegu. El Tribunal de Arbitraje Deportivo (TAS) consideró "insuficientes" las pruebas de la IAAF. "Analizó las ventajas, pero no las desventajas." Porque las prótesis pueden favorecer la aerodinámica, impulsar y agrandar las zancadas. Pero hacen más lenta la salida y más inestables las curvas. "Oscar -dijo el británico Martyn Rooney, rival suyo- hace cosas que yo jamás podría hacer y yo hago otras que él tampoco podrá nunca." "No se trata de si hay menos producción de ácido láctico o menor consumo de oxígeno. El problema -dijo el ex atleta paralímpico Daniele Bonacini- es cultural, la aceptación de lo diverso." "Una farsa", replica el científico sudafricano Ross Tucker. Y dice que hasta uno de los médicos que analizaron a Pistorius, Peter Weyand, acepta que las prótesis dan al atleta una ventaja de 10 segundos. Según Tucker, "se está abriendo una caja de Pandora. Nike, Adidas y Mizuno harán zapatillas que permitan impulsar como las Cheetah". ¿Acaso la NBA no prohibió el año pasado las zapatillas Concept1 que permitían aumentar el salto hasta 9 centímetros?, recordaron algunos. Otros dijeron que la natación prohibió los bañadores "mágicos" de poliuretano. Recuerdan que el etíope Abebe Bikila ganó corriendo descalzo en los Juegos de Roma 60 y temen que el sudafricano de las prótesis sea el primer campeón biónico en Londres 2012. Citan justamente el final de Blade Runner , uno de los apodos de Pistorius. Cuando el replicante Roy Batty (Rutger Hauer) agoniza tras salvar a Rick Deckard (Harrison Ford) en el año 2019 en Los Angeles, y dice: "Yo he visto cosas que vosotros no creeríais".

"Cuesta aceptar que nos pueda ganar alguien que consideramos inferior", dice Aimee Mullins. Ex atleta paralímpica y jefa de la delegación de Estados Unidos para los Juegos de Londres 2012, Mullins, amputada en sus dos piernas al año de vida, modelo y actriz, desarrolló las prótesis Cheetah mucho antes que Pistorius. El caso del sudafricano es tema de fuerte debate en Londres. Tanni Grey-Thompson, célebre atleta paralímpica británica, teme que sus Juegos pierdan sentido si la gente cree que todos pueden ser como Pistorius. Los Olímpicos, afirma, conceden fama y dinero. "Me gustaría que los medios cubrieran a verdaderos atletas corajudos que no son inspiradores por su discapacidad, sino con su discapacidad", escribe en un foro una nadadora paralímpica de Estados Unidos. La nadadora sudafricana Natalie Du Toit, amputada en una pierna, ya compitió y fue finalista en Pekín 2008 con atletas convencionales y busca su tiempo para Londres 2012. Lo hace sin prótesis alguna. La estadounidense Marla Ruyan, legalmente ciega, corrió sin guía en Juegos Panamericanos y Olímpicos. La primera atleta parapléjica autorizada a competir en Juegos Olímpicos fue la neozelandesa Neroli Fairhall, fallecida en 2006. Había ganado el oro en tiro con arco en los Juegos Paralímpicos de Moscú 80 y fue autorizada a competir en los Olímpicos de Los Angeles 84, en medio de algunas polémicas por su silla de ruedas. Terminó en el puesto 35°. Un periodista le preguntó si tenía ventaja por tirar en posición de sentada. "No sé -respondió Fairhall-, nunca he tirado en posición de pie."